Como agua que cae en la madrugada
de la más fría noche. Como viento que sopla en una casa abandonada. Al igual
que el fuego deja de arder y su única huella son cenizas. Nada.
El partir y llegar; redimirse y
encontrar… ¿qué pasará?
Sábanas limpias manchadas con la
sola presencia de tu simple recuerdo. Oxígeno que se esfuma por culpa de la
primavera. Música que inunda la mente, que intenta a golpes quitarte del
espacio que ocupaste pero que, tras horas, sigue en lo alto del ring en busca
del 8º round. Si planteamos el momento, si describimos todo lo que en estos
momentos oprime la existencia ¿de qué nos servirá?
Corriendo, siempre corriendo;
porque algo se nos escapó, porque llegamos tarde o queremos avanzar muy rápido,
quizás huimos o quizás encontramos algo… ¿por qué no paramos? Sentémonos, veamos
como el tiempo baila ante nosotros, como todo sigue un ritmo que se escapa a
nuestro alcance, analicemos como las decisiones provocan una consecuencia
notable y el destino, en ese momento, se sienta a nuestro lado, posa su mano en
nuestra pierna a la altura de la rodilla, nos da dos palmadas, mira
directamente a los ojos y nos da un respiro. Sintamos como si algo nos
invadiera por dentro o como si nos quitáramos un trasatlántico de la espalda.
Respiremos, sonriamos a la incertidumbre.
Ahora sí, caminemos, sin
velocidades, agobios o estrés. Observemos el paisaje desde un punto de vista
externo, como si todo lo que nos rodea no fuera con nosotros, como si estuviéramos
dando un paseo por un camino y observáramos el alrededor.
Después de esto ¿qué te oprimía?
¿qué estábamos hablando?
Esto ya no es prosa, ni es
poesía; esto es solo un texto, un fragmento... quizás, una mentira.